sábado, 13 de abril de 2024
UN MUNDO DE ÉXODOS
sábado, 30 de marzo de 2024
LLEGAR EN ABRIL A LA CIUDAD DE EIFFEL
Llegué a París un 5 de abril, al inicio de la primavera, cumpliendo el rito de un sueño adolescente. Hacía frío, pero un extraño fuego parecía incendiar los viejos monumentos cubiertos por el óxido verduzco o la añeja ceniza de las chimeneas. Percibíamos el olor novedoso de una ciudad cuyas casas y templos albergaron durante siglos la fe o la duda de sus habitantes en tiempos de reyes. Los cementerios estaban repletos de seres idealistas que antes vibraron por sueños y batallaron hasta la muerte por paraísos que nunca se cumplieron como La Revolución Francesa o la Comuna de París. Aquella tarde vimos revelado el resplendor implacable de la vida, la triste insignificancia de las generaciones, el fluir de la materia perecedera que nos conforma y de la que solo somos accidente.
lunes, 25 de marzo de 2024
CIEN AÑOS DE LA MONTAÑA MÁGICA
En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.
sábado, 16 de marzo de 2024
LOS TAMBORES DE GUERRA
domingo, 10 de marzo de 2024
LA PROLIFERACIÓN LITERARIA
domingo, 3 de marzo de 2024
LA POTENCIA CULTURAL MEXICANA
Por Eduardo García Aguilar
Cuando
llegué a México, en septiembre de 1980, lo primero que hice fue
presentarme a una leyenda de la literatura mexicana, amigo de Juan
Rulfo, don Edmundo Valadés (1915-1994), autor del libro de cuentos La
muerte tiene permiso y quien dirigía entonces la sección cultural del
prestigioso y poderoso diario capitalino Excélsior. Después de hablar un
rato, le dije que deseaba colaborar en el periódico.
Valadés, que era un caballero de adarga antigua, me dijo que le llevara
dos artículos para leerlos y decidir, pero yo ya los traía en mi carpeta
y se los dí. Me dijo que mirara el diario en los próximos días y si
aparecía alguno publicado, ya podía considerarme columnista de ese gran
diario. El jueves siguiente vi el artículo publicado y desde entonces
fui un colaborador habitual con la columna semanal y con entrevistas o
reportajes varios que le presentaba y siempre me publicaba y por los que
pagaban una buena suma de dinero. Los colaboradores debíamos
presentarmos en un piso alto del señorial edificio de Reforma ante el
administrador, don Juventino Olivera López, quien firmaba siempre en
presencia del autor el documento con el que uno iba después a cobrar a
la caja.
Durante tres años colaboré estrechamente con Don Edmundo, una de esas
figuras humanistas y generosas de otros tiempos que ya desaparecieron
para siempre, nacidos a principios del siglo XX y que trabajaron y
lucharon a lo largo de la centuria por la cultura, que en México tuvo
gran protagonismo desde la Revolución y la gestión de José Vasconcelos
como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y ministro de
Educación. México es en definitiva un gran país milenario y sin duda el
hermano mayor de los países latinoamericanos. Posee grandes
instituciones culturales y universitarias, editoriales de alto rango
apoyadas por el Estado, alimentadas con el trabajo de maestros y
eminencias del exilio español, internacional y latinoamericano a lo
largo del siglo.
En varias oleadas de migración cultural, México acogió a los
latinoamericanos en su seno y les facilitó vivir, crecer y prosperar en
esa tierra como profesores o periodistas y a eso se agregó a lo largo
del siglo la presencia de figuras de la cultura mundial como el
cinesasta ruso Einseinstein, León Trotsky; los novelistas ingleses D.H.
Lawrence, Malcolm Lowry y Graham Greene; los franceses Antonin Artaud,
Jacques Soustelle y J.G.M. Le Clézio, o los beatniks norteamericanos
William Burroughs y Jack Kerouac.
Trabajé con Edmundo Valadés durante tres años de gran fertilidad y
cuando él tuvo que salir del periódico, me dijo que me quedara, pero
decidí irme también, con tan buena suerte que poco después me acogieron
en el otro gran diario mexicano Unomásuno, cuyo suplemento literario
Sábado era el principal del país y estaba dirigido por Huberto Batis,
otra gran figura de la cultura literaria con quien trabajé varios años.
Por esa redacción pasaban sin falta todas las figuras de la literatura y
la cultura mexicana y latinoamericana que iban a dejar sus artículos en
persona, antes de la era digital.
Llegué a México deseoso de calentar motores literarios en el momento
preciso, pues solo faltaban dos años para que le dieran el Nobel a
García Márquez y estaban vivos y presentes ahí Rufino Tamayo, Juan
Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, Elena Garro, María
Félix, Cantinflas, Tongolele, Dámaso Pérez Prado, Ninón Sevilla y miles
de figuras del arte, el saber y el pensar.
Para cualquier escritor mexicano o latinoamericano, México ha sido como
un paraíso, pues hay poderosas editoriales de carácter federal como el
Fondo de Cultura Económica o la de la UNAM y en cada estado existen
otras patrocinadas por universidades e instituciones locales. También se
otorgan cada año becas y decenas de premios literarios y artísticos muy
bien dotados, por lo que tarde o temprano todo autor o artista recibe
uno de ellos. Y esa generosidad cultural es tan sagrada que a nadie se
le ocurriría hacer desaparecer esas canonjías a las que se agregan las
de instituciones como el Colegio Nacional o las becas del FONCA, que
pagan a veces con carácter vitalicio abultados sueldos a los letrados
miembros de la clerecía cultural. Muchos escritores listos o bien
conectados han podido vivir así parte de sus vidas, y a veces toda la
vida, financiados por las instituciones.
No se si eso sea bueno o justo, pero tales privilegios han existido en
México para escritores y artistas como remanente de la política cultural
instalada por la revolución institucionalizada en la primera mitad del
siglo XX. Y por eso los autores y artistas mexicanos son tarde o
temprano homenajeados a nivel nacional o regional hasta su deceso,
cuando algunos reciben los altos honores en el Palacio de Bellas Artes,
como ocurrió con María Félix, Cantinflas y Gabriel García Márquez, entre
otros. Aunque durante décadas las canonjías fueron acaparadas por
élites endogámicas capitalinas blancas de origen europeo, después se han
abierto y democratizado hacia las minorías étnicas y los provincianos.
Un ejemplo a seguir en el resto del continente.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de marzo de
2024.
domingo, 25 de febrero de 2024
EL LEGADO DE GERMÁN ARCINIEGAS
En tiempos de recrudecimiento de la intolerancia en las diversas trincheras latinoamericanas del siglo XXI, es refrescante celebrar la obra de Germán Arciniegas (1900-1999), un viejo demócrata, caracterizado por el ejercicio generoso del diálogo y la polémica. Este patriarca viajero perteneció a una amplia generación de latinoamericanistas liberales que, desde diversos matices y temperamentos, lucharon por la implantación de la democracia en un continente que vivía desde la independencia anegado en pobreza, luchas fratricidas y caudillismo.
Marcados en el norte por el entusiasmo generado por la Revolución Mexicana y las acciones culturales del ministro José Vasconcelos, y en el sur por la rebelión estudiantil de Córdoba o el ideario de Víctor Raúl Haya de la Torre, se caracterizaron por una creatividad desbordada al servicio del continentalismo bolivariano: Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri en Venezuela, José Vasconcelos y Alfonso Reyes en México, Pedro Henríquez Ureña en República Dominicana, José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en Perú, Baldomero Sanín Cano y Jorge Zalamea en Colombia, y Aníbal Ponce y Enrique Anderson Imbert en Argentina, fueron algunos de esos nombres que inundaron las páginas de diarios y revistas con esa fe latinoamericanista que ahora se cambió por la polarización y el insulto.
Creían entonces que era posible conducir al conjunto de naciones del área hacia la convivencia pacífica, en el marco del renacimiento cultural y el diálogo abierto entre opiniones diversas sobre los rumbos a seguir. Surgidos al calor del auge periodístico, algunos de esos hombres trataban de seguir las huellas de antecesores modernistas como el colombiano José María Vargas Vila y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, los más grandes bestsellers idolatrados de la época y de quienes hoy pocos se acuerdan. Arciniegas tiene del primero el gusto por el escándalo, y del segundo una redacción más pulida y llena de color, aunque comparte con ambos la ligereza y la imaginación desbordada.
Ya Bolívar, en sus últimas cartas, entre la amargura del desprecio, expresó con lucidez escalofriante sus dudas sobre la posibilidad de redención del continente, convirtiéndose así en el primer decepcionado y único visionario apocalíptico. Estos buenos hombres íntegros y discretos que eran civilistas, universitarios, funcionarios, diplomáticos, editores, capitalinos de sombrero Stetson, bastón, chaleco, corbata negra y cuello duro, florecieron en la primera mitad del siglo XX en todo el continente y hoy por hoy nos parecen extraños animales en vías de extinción, porque para el mundo actual no hay hombre más bobo que uno íntegro. Después de muchas décadas de aventura romántica, signada por la angustia de vivir entre la civilización y la barbarie, hombres como éstos constituyeron el primer esfuerzo latinoamericano por pensar desde las universidades sin complejos frente al Viejo Mundo. La mayoría, como el derrotado Vasconcelos, un prosista notable y cuyas Memorias son lectura fundacional para todo latinoamericano, terminarían vencidos, en el exilio, apedreados, pateados, salvo Arciniegas, que siguió longevo fiel a su entusiasmo.
A través de los libros de Arciniegas, muchos entraron al mundo ficticio del pasado continental lleno de Coatlicues y príncipes de taparrabos y plumas, virreyes de peluca y zapatillas, bucaneros tuertos y con pie de palo, reyes lejanos, mercaderes, esclavos negros y bellas cortesanas, inquisidores, fantasmas, vírgenes, monjes y libertadores, en lo que constituía el catálogo barroco de los abalorios históricos del continente a lo largo de 500 años de colisión con el Viejo Mundo. Él supo captar con sus relatos la atención de varias generaciones de estudiantes y autodidactas, convirtiéndose en documentalista de las tragedias y hazañas de héroes y anónimos. Con él, los adolescentes descubrieron las maravillas de El Dorado, siguieron las gestas de Tupac Amaru y Los Comuneros, conocieron a Bolívar, Flora Tristán y José Martí, y siguieron las proezas de película de los bucaneros del Caribe.
Durante muchos años El estudiante de la mesa redonda (1932) y Biografía del Caribe (1945), desde sus sólidas ediciones argentinas, circularon por encima de las fronteras y fueron traducidos a varias lenguas, convirtiendo al bogotano en clásico continental.
Es posible que la obra de Arciniegas haya sacrificado el rigor en aras de la difusión, alejado de la prueba documental en vez de cotejar archivos, y dando voz especial a la anécdota para sentarse en los laureles de la amenidad periodística, pero es innegable que sus libros y miles de artículos encendieron y animaron a muchos.
En sus mejores libros, América, tierra firme (1937), Los comuneros (1938), Este pueblo de América (1945), Biografía del Caribe (1945), Entre la libertad y el miedo (1952), Amérigo y el Nuevo Mundo (1955), El mundo de la bella Simonetta (1962), El continente de los siete colores (1965) y América Mágica (1959), Arciniegas reivindica el derecho de los millones de aventureros pobres que, según él, poblaron América a través de los siglos, y predica la solidificación de esa mezcla de razas en busca de una nueva tierra. Rescatemos a Arciniegas, desempolvemos sus libros y volvamos a leerlo con entusiasmo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de febrero de 2024.
*Versión condensada de un texto más amplio sobre Germán Arciniegas.